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Cartas al director: PGOU

Damián Torrijos

En alguna ocasión he apuntado, acaso erróneamente, que las múltiples virtudes de la Transición española no habrían de ocultar alguna funesta consecuencia. La más aparente, a mi juicio, es la creación de una nueva élite ?la clase política? que parece refrendada la gracia de Dios. Eso explicaría por qué en este país hay tanto petimetre empoltronado y tan pocos estadistas; por qué Carod-Rovira era conseller en cap en lugar de conserje mayor. Esa conclusión se puede aplicar a escala, de modo que los cargos nacionales sean al Estado lo que los alcaldes a su municipio. Si falta el concepto de Ciudad, sólo resta asistir a la prostitución de las ideas frente al arribismo desesperado.

El propio alcalde oscense definió en su día el nuevo Plan General de Ordenación Urbana como la columna vertebral del crecimiento oscense. Dando por bueno ese argumento, sólo podemos concluir que Huesca se enfrenta a un proceso de escoliosis o de espina bífida; que la torsión de la columna, además, se debe a la negligencia médica de quienes habrían de ser sus primeros valedores. Esa lumbalgia ciudadana, en realidad, obedece a una patología tan simple como reiterada en la historia local: Huesca debe soportar sobre sus hombros el peso desmedido de una gestión ineficaz.

En los últimos meses hemos asistido a excelentes ejemplos de lo que podríamos llamar, con pedantería, fugas de ventaja: huir hacia adelante, en román paladino. El colapso del suministro de agua ha proporcionado dos cuando menos. El proyecto de privatizar su administración no es solo sorprendente (difícil defensa para los veteranos sindicalista del PSOE), sino la primera asunción pública de una incapacidad de gobierno. No obedece a una estrategia puntillosa o audaz, sino a la reacción primaria y desorientada de quien juega con un mecano que supera sus previsiones. Nada impide suponer, excepto la ley, que en un determinado momento el mando político de la Policía Local fuera objeto de subasta. El agua, que fue entonces razón de Estado, es ahora una sencilla excusa que provoca carcajadas. Una vez más, una decisión francamente discutible se agrava con una argumentación construida sobre la sospecha de que el oscense medio es imbécil.

Pierre Vilar concluye su Historia de España con una frase lapidaria: ?afortunadamente, la historia nunca se repite?. Contradice o matiza las afirmaciones de otros historiadores, empezando por el mismísimo Toynbee, para quienes la Historia avanza en movimientos circulares. Huesca, por ejemplo, se ha edificado una y otra vez sobre el error que acaba de cometer el gobierno local: el sacrificio del proyecto urbano ante lo circunstancial. Los grandes documentos del primer mandato socialista (el famoso y risible Organigrama, el propio Plan General) son, y no son más, los mayores fraudes políticos de la crónica oscense inmediata. La ciudad vuelve a crecer imponiéndose límites ficticios y socavando los criterios de la prudencia y la sensatez.

El alcalde, según parece, ha justificado los nuevos credos señalando que en su día tuvo las manos atadas por el tripartito. Maldita sea la hora, pues, en que el alcalde dejó de estar maniatado y se lanzó al efímero oficio de la prestidigitación; efímero y grotesco, pues nada hay más triste que un mago que enseña sus trucos sin pretenderlo.

 
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