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Cartas al director: El Ayuntamiento

Damián Torrijos

Antes de que los juristas acentuaran un determinado contexto, la palabra prevaricar tenía connotaciones que acaso ruborizaran a Germán Sanromán. El Diccionario de Autoridades, en su página 373 (me ciño a su hermosa edición facsímil de 1963), define: ?faltar a la obligación de su oficio, quebrando la fe, la palabra, religión o juramento?. Y aún añade que ?se toma también por flaquear en el juicio u orden de sus acciones?. El gobierno local, sin duda, se enfrenta a una opción de dimensiones angustiosas. No importa la decisión que adopte. En ambos casos prevarica.

He tenido ocasión de pensar en voz alta ante tres alcaldes oscenses, y a todos ellos sugerí que es preferible argumentar una decisión aludiendo al propio volumen testicular que hilvanando sutilezas risibles. Exponer las bondades del sistema operativo Linux, por ejemplo, es un razonamiento tan divertido que habría de imprimirse en los boletines de Bienestar Social. No deja de ser una humorada muy ceñida a la verdad, no obstante, subrayar que el equipo socialista se inclina por el pingüino (a la sazón, y si no me falla la memoria, símbolo de Linux). Limitar un concurso público al ámbito oscense es una argucia perfectamente legal y legalmente exigible por los vecinos de Huesca. Sólo es necesaria una precaución: la existencia previa de una instrucción política que alumbre las bases administrativas. Si la corporación no enfatiza su defensa de la pequeña empresa oscense, el Ayuntamiento de Hueca, a la luz del venerable mamotreto, prevarica concienzudamente. La obligación moral de nuestros ediles es mantener un galanteo de carácter permanente, sensato y constructivo, con la sociedad de donde emerge el mandato municipal.

Por una u otra razón, el jovencísimo grupo de gobierno mantiene sin embargo una actitud de desaire que promueve el divorcio social. Por falaz que parezca, la decisión de la Mesa de adjudicación es una nimiedad. Lo grave es el barrunto de cuanto implica: la sustitución de las instrucciones políticas por erróneos fundamentos administrativos; la sumisión de la clase política al círculo funcionarial; un criterio mal entendido de la economía doméstica; y, muy especialmente, la engañosa confianza en la supervivencia al amparo de una abrumadora, pero incidental, mayoría absoluta. En los últimos meses se ha evidenciado un uso del poder que es alarmante en sí mismo, y se viene sustanciando en un grupo municipal encapsulado que, paulatina pero inexorablemente, se aleja de su inmediata realidad vecinal. Los doce concejales socialistas hacen posible una dispersión presencial en todos los campos de la vida oscense, pero eso en modo alguno equivale a una identificación con los intereses ciudadanos. El camino emprendido es de una coherencia impecable. A los guiños dinásticos, la truncada entronización en sagrado, los fichajes futbolísticos y la soberbia generalizada había de seguir, antes o después, la adopción de un ralentí administrativo casi divinizado. En su día, tendrán que responder por igual los concejales que interpretan erróneamente la obediencia debida, pusilánimes, y los órganos del partido que, sabiendo minuciosamente cuanto ocurre, callan y esperan.

Nadie pueda decir que dejo al PSOE sin asistencia. En el mismo tomo, prevaricar: ?hallaremos que es mudarse de un bando a otro, volver la casaca que dicen los flamencos? (sic). Queda al arbitrio de cada cual decidir si este texto incurre en prevaricación, por infamia de viejas profesiones, o si prevarica quien se muda del bando humanista a la facción de un poder hermético y contranatural.

 
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