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No de plástico

Cristina Pérez

A estas horas, Juana, ya habrá ido al cementerio. A cambiar el agua a las flores de la tumba del abuelo, su marido. No lo hace porque en estas fechas todo el mundo se traslade al campo santo para limpiar y poner al día las losas,no. Juana, la abuela, desde hace tres años va los miércoles de cada semana a renovar el ramito de flores que, primero, recoge en la huerta. Nunca de plástico. Esa fue la única premisa del abuelo cuando vió que la muerte comenzaba a tirarle del pantalón. Nunca de plástico, Juana, cuando puedas te bajas al huerto y coges del rosal, o de los dondiegos, o si hace falta una mata de frambuesas, Juana, pero ni crisantemos ni flores de plástico. Para eso, no me traigas nada Juana. Que un hombre que ha vivido en el campo quiere volver a el sin plásticos, ni alambres. Al abuelo, además, hubo que convencerle de que era necesaria una caja para su entierro. Que no se podía inhumar su cuerpo tal cual en la tierra.

Y es que, el abuelo, siempre pensaba que a la tierra lo que es de la tierra. Y la abuela Juana, mientras el abuelo iba y venía por la vida y la muerte, tenía que andar discutiendo con el abuelo de estas cosas. Y así le llego la Triste Dama, discutiendo, como siempre, por una tontería que elevaban a categoría y ahora, Juana, arregla la tumba del abuelo mientras, alrededor ,un enjambre de manos ordena, limpia, saca brillo, riega, y coloca flores .

La abuela los mira y piensa que el ser humano necesita poner orden hasta en la muerte. Si cada cosa está en su sitio, parece que todo funciona. El abuelo está en su corazón y las flores de cada miércoles son la excusa para cumplir una promesa. Si es orden lo que el mundo necesita, están en el sitio adecuado

 
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