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Carta del nuevo Obispo. Saludo a los diocesanos de Huesca y de Jaca

Jesús Sanz Montes, nuevo obispo de las diócesis de Jaca y Huesca

Memoria litúrgica de San Juan de Capistrano OFM

Queridos Hermanos y Hermanas: Paz y Bien.

1. En este día en el que la Santa Sede notifica el nombramiento que me hace el Santo Padre como nuevo Obispo de la Diócesis de Huesca y de la Diócesis de Jaca, me dirijo a vosotros queridos cristianos oscenses y jacetanos para pediros que conmigo deis gracias al Señor y para que por mí oréis, a fin de que sea para vosotros un pastor bueno según el Corazón de Dios (cf. Jer 3,15).

El Señor que es nuestra luz y salvación (Sal 26), quiere quitarnos todo temor, arrancarnos el miedo que genera la sombra de la nada, para abrazarnos en ternura y misericordia con las mismas entrañas de su Ser. Estamos en el regazo de un Dios que se ha hecho cercano, amigo, vulnerable a nuestro amor. No es extraño Él, ni lejano, ni abstracto. Él es todo en todos (cf. Col 3,11) para siempre y como nunca, aunque nuestros ojos no logren verle en tantos momentos, ni nuestro corazón acierte a alegrarse por su discreta y fiel compañía.

Al día siguiente de la fiesta de San Francisco se me comunicaba la llamada que la Iglesia me hacía proponiéndome como Obispo de la Diócesis de Huesca y de la Diócesis de Jaca. Han transcurrido dos años desde que respectivamente, los muy queridos y recordados Obispos anteriores, Mons. D. Javier Osés Flamarique y Mons. D. José María Conget Arizaleta os dejaron, ante la llamada suprema de Altísimo en la hermana muerte. Ellos nos han legado una huella de bondad y entrega pastoral por las que doy gracias a Dios y de las que me considero humilde aprendiz. En este período de espera habéis sido acompañados por Mons. D. Juan José Omella Omella, Obispo de la Diócesis hermana de Barbastro-Monzón, que como Administrador Apostólico en la Sede Vacante ha sabido multiplicar su celo también hacia vosotros ofreciéndoos su cercanía amiga y su sabiduría pastoral. Desde aquí le saludo y le doy con vosotros gracias pidiendo al Señor que le bendiga con abundantes dones.

2. El Señor ha ido conduciendo mi vida por misteriosos caminos en los que Él llevaba las riendas de mi felicidad e iba escribiendo con precisión providente la trama de mi destino. Como dice el salmista, Él nos sondea, nos conoce, resultándoles familiares todos nuestros senderos, y siendo su mano de Padre quien nos guía y sostiene (cf. Sal 138). Así me veo yo echando la vista atrás en mi biografía vocacional, en el momento en el que el Señor me llama en su Iglesia al ministerio episcopal entre vosotros.

Como franciscano, mi vida ha transcurrido sobre todo entre labores académicas y formativas, dedicado a la enseñanza de la teología y a la predicación, a la Palabra que Dios ponía en mis labios abiertos para proclamarla, a la Gracia suya que ponía en mis manos mendigas para repartirla. Habrá tantas cosas que desconozca de cuantas en una Iglesia particular se deben acompañar, discernir, iluminar, corregir, afianzar, agradecer? Estoy seguro de que con paciencia y afecto sabréis ayudarme en esta paradójica misión que Jesucristo me confía hoy en su Iglesia: la de enseñaros sabiéndome discípulo de quien sólo es la Verdad, la de santificaros sabiéndome pobre ante quien únicamente es el Dador de todas gracias, la de pastorearos sabiéndome siempre por Otro apacentado. Esta triple misión del Obispo de enseñar, santificar y gobernar, no puede vivirse de modo parcial o excluyente. El Papa lo acaba de recordar en la última exhortación apostólica Pastores Gregis en la que habla precisamente del ministerio de los Obispos: ?se trata de funciones relacionadas íntimamente entre sí, que se explican recíprocamente, se condicionan y se esclarecen. Precisamente por eso el Obispo, cuando enseña, al mismo tiempo santifica y gobierna el Pueblo de Dios; mientras santifica, también enseña y gobierna; cuando gobierna, enseña y santifica? (PastGreg 9). Es la Palabra de la Verdad, la Gracia de la Santidad y la solicitud en el Gobierno pastoral, en las que pido al Señor me conceda presidiros en la Caridad.

El Santo Padre en estos días en los que se cumplen los XXV años en la Sede de Pedro, nos ha recordado cómo fueron aquellos momentos primeros del 16 de octubre de 1978. Lo ha evocado él mismo en una emocionada homilía que ni siquiera ha podido leer entera ante la dificultad que le impone su enfermedad: ?Sentí en mi alma el eco de la pregunta dirigida entonces a Pedro: ?¿me amas tú? ¿me amas más que estos?? (Jn 21, 15-16). ¿Cómo podía no estremecerme, humanamente hablando? ¿Cómo podía no pesarme una responsabilidad tan grande? Ha sido necesario recurrir a la divina misericordia para que a la pregunta: ¿aceptas?, pudiese responder con confianza: ?en la obediencia de la fe, ante Cristo mi Señor, confiándome a la Madre de Cristo y de la Iglesia, consciente de las grandes dificultades, acepto??.

Con las debidas y evidentes diferencias he experimentado ese mismo estremecimiento que nos testimoniaba Juan Pablo II. Un estremecimiento que no proviene del miedo o de una humildad fingida, sino de la desproporción. Hubiera tenido razones humanas para decir no, pero no he tenido ninguna razón evangélica ni como hijo de la Iglesia ni como hijo de san Francisco, para negarme a esta inmerecida y desproporcionada llamada que el Señor me propone. Por eso con todo el gozo e ilusión, queriéndoos a todos y a cada uno como a verdaderos hermanos e hijos, acepto ser Obispo vuestro como servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.

Quiero decir el sí de la Virgen nuestra Madre, con una conciencia sabedora de todas mis pobrezas y límites, pero, sobre todo, con la certeza de que todos mis imposibles el Señor los transformará, una vez más, en posibles para su Gloria y para vuestra bendición. Fiat.

3. Teniendo presente a ambas Diócesis ahora en mi recuerdo, saludo con particular afecto a los sacerdotes del presbiterio de Huesca y de Jaca, tanto del clero secular como del regular, que seréis mis colaboradores principales. Me ayude el Señor a ofrecerme a vosotros como padre, hermano y amigo, acertando en la escucha y en el aliento, tanto cuando toque compartir en alegría la ilusión sacerdotal y el empeño evangelizador, como cuando llegase la dificultad de cualquier índole. Que no haya gozo o pesar que no pueda yo acompañar con afecto y respeto. Miro con esperanza las vocaciones sacerdotales, preciosas aunque escasas, de nuestros reducidos seminarios. Con gratitud por nuestros seminaristas y por su sí al Señor, le pido que les siga acompañando para que culmine lo que Él mismo comenzó en ellos. Deberemos trabajar con fidelidad creativa la propuesta vocacional entre nuestros jóvenes, ofreciendo ante todo el gozo de la propia llamada como la mejor y primera pastoral de las vocaciones.

Igualmente saludo a todos los consagrados en las diversas formas de seguimiento del Señor. Religiosos y religiosas de vida activa que estáis enriqueciendo con vuestros carismas estas dos Diócesis, trabajando con verdadera y fecunda entrega en el campo de la enseñanza, de la sanidad y geriatría, de la caridad y acción social, de la evangelización. Monjes y monjas de vida contemplativa que desde el silencio y soledad de vuestros claustros fecundáis calladamente la vida de la Iglesia como los veneros de nuestras montañas fertilizan los valles pirenaicos. A todos vosotros, hermanos y hermanas, también mi ofrecimiento de disponibilidad, mi palabra de aliento y gratitud para que se continúe en vuestra fidelidad lo que Dios comenzó a regalarnos con vuestros fundadores.

También dirijo mi saludo cordial y afectuoso a los laicos cristianos que testimonian la Buena Noticia del Evangelio en el surco de una sociedad tantas veces descristianizada y hostil. Vuestra vocación de compromiso evangélico en medio del mundo es preciosa para la Iglesia. No dejéis de nutriros, también vosotros, de todo lo que nos permite tener una mirada inequívocamente eclesial sobre la realidad, sintiéndoos miembros vivos del Pueblo de Dios y herederos de la secular tradición cristiana. Los jóvenes en sus dificultades y anhelos, las familias con sus retos y bendiciones, los ancianos con su sabiduría y soledad, los enfermos con sus sufrimientos y esperanzas, los pobres y marginados con sus estigmas y dignidad, cada uno en su tramo de la vida y circunstancia que podáis sentir también mi cercanía y solicitud como yo suplico las vuestras.

Entre todos, sacerdotes, consagrados y laicos, deberemos seguir construyendo la Iglesia del Señor que camina en nuestra tierra, desde una madura comunión que nace de la gracia de Dios, se alimenta de las fuentes de la tradición cristiana, y se pone al servicio de todos los hombres anunciándoles la Salvación de Jesucristo.

Quiero finalmente saludar con todo respeto y cordialidad a las autoridades civiles, políticas, militares, judiciales y académicas de Huesca y de Jaca, así como de la Comunidad Autónoma de Aragón. En el noble servicio público que todos ellos prestan al bien común de la sociedad, y que tanto valoro y agradezco, quisiera que contasen con mi leal y humilde colaboración.

4. Queridos hermanos y hermanas todos, quiero manifestaros mi alegría sincera por ir entre vosotros a esas tierras del Alto Aragón en cuyas raíces se esconden los ancestros de mi apellido. Llevo semanas dando gracias al Señor por vuestras vidas y rezando para que todas las exigencias más verdaderas de vuestro corazón tengan su cumplimiento en quien es Todo, el Señor Jesús, Redentor del hombre y único Salvador. Las veces que he visitado vuestros parajes en mis andanzas montañeras, he quedado sobrecogido por una belleza natural que nos susurra la Belleza por antonomasia del Creador. Los caminos que cruzan vuestros valles, han sido también senderos de peregrinos en dirección a Santiago de Compostela. Y los comienzos de la presencia cristiana en esos lares tienen el blasón de ser la cuna patria de mártires casi de la primera hora como San Lorenzo, San Vicente y Santa Orosia. Todo eso, la belleza, los caminos y la memoria de nuestros santos, hacen de preciosa herencia y empeñada tarea para seguir escribiendo en el aquí y ahora de nuestros caminos, una historia de santidad que llene de belleza nuestros días, en la gloria humana del Señor y en la bendición a los hermanos.

Es Jesús quien nos acompaña en las advocaciones del Cristo de los Milagros de tanta veneración en Huesca y del Santo Cristo de Sádaba, cuyo V Centenario estamos celebrando. Está también la intercesión materna de la Virgen María, que en tantas advocaciones populares de nuestras Diócesis, ha acompañado y acompaña a nuestro Pueblo de Dios peregrino. Que Ella y todos nuestros santos nos obtengan la gracia de la fidelidad y del ardor misionero en la nueva evangelización a la que nos convocaba el Papa Juan Pablo II al comenzar el tercer milenio cristiano.

El Señor os bendiga y os guarde, os muestre su Rostro, tenga misericordia de vosotros y os conceda su Paz.

 
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