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No era para tanto

Nuria Garcés

Afortunadamente, las fiestas de San Lorenzo pasan muy deprisa. Tantos agobios, sobre todo para los que trabajamos, antes de que lleguen, y cuando uno se da cuenta, estamos a 15 de agosto con todo el pescado ya vendido. Si ustedes son de los que disfrutan de las fiestas a tope, no me entenderán. Si son de los que les agobia trabajar, y a la vez estar de fiesta, madrugar con picor en los ojos por falta de sueño, y morirse viendo la casa hecha un campo de batalla, creo que me van a comprender a la perfección.

Uno, cuando tiene sus responsabilidades sobre todo laborales, intenta pasar de puntillas por San Lorenzo. Sin embargo, metidos de lleno en la fiesta, no se puede evitar la zambullida, más tarde o más temprano. Y zambullida, podríamos decir, desde trampolín. La verdad es que acabamos disfrutando, pero al final nos pasan cuentas.

Que como pensábamos cenar y comer todos los días en casa, obviando la fiesta, llenamos la nevera de tomates, lechugas, yogures... Pero al final, todas las cenas han tocado fuera, esperando horas en una terraza, para meterse entre pecho y espalda un beicon con queso o una pizza ya casi fría. Así pues, el 16 nos encontraremos los tomates más que maduros, dispuestos para untar pan, y la sandía pasada del todo, dispuesta en su caso a llenar la basura.

Y qué decir de otros tres montones. A saber: el de la ropa sucia, el de la ropa en el tendedor, al sol desde hace tres días porque no hay tiempo de recogerla, y el de la ropa para planchar. Y claro, seguro que usted, el domingo o el lunes cogerá el coche y se irá a la playa, en familia. Hay que acabar de lavar, de planchar... Y todo esto, sin la más mínima gana. Entretanto, en un ataque de prisa, metió toda la ropa junta en la lavadora, la de color con la blanca de San Lorenzo, total no va a pasar nada. Y ahora la ropa blanca es de color azul céltico...

Y también es obligatorio organizar el caos. Porque ahora nos encontramos con que tenemos la casa llena de pañoletas, que aparecen por cada rincón (qué poco el día 9, que no había quién encontrara una), y también hay abanicos verdes, y zapatillas pisoteadas por doquier, y globos del Tren Chispita, y más globos, pero de esos que duran en lo alto tres días, y al cuarto se arrastran por el suelo, (un año más hemos tirado el dinero) y cuando esta mañana me levantaba y al salir de la habitación me he encontrado un caballo delante de mis narices, casi me caigo larga.

En fin. Que ya se acaba, y que no ha sido tan terrible. Que San Lorenzo es sólo una vez al año, y da gusto reencontrarse con amigos, con conocidos a quienes casi no podemos saludar a lo largo del año a causa de las prisas. Las fiestas tienen eso, que somos capaces de sumergirnos en un mundo de caos que, en cualquier otro momento nos desquiciaría. Debe de ser San Lorenzo, que nos llena de alegría, y también de paciencia.

 
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