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Si te he visto no me acuerdo

Rosa González

Las multinacionales; ese gran monstruo que ninguno hemos creado pero todos hemos alimentado, poniendo nuestro grano de arena para que haya crecido grande y fuerte y hoy en día sea un gigante dispuesto a comerse el mundo. Y nunca mejor dicho, porque es precisamente eso lo que están haciendo: comerse el mundo.

Puestos a frivolizar, hay que reconocer que el procedimiento es simple. Se realiza un estudio económico y de mercado del país, la región o el pequeño pueblo de la montaña - porque llegan hasta el último rincón del planeta -, se considera la viabilidad de establecer una empresa en el punto deseado y zas!!, antes de que los ciudadanos podamos decir ni esta boca es mía, ya tenemos las máquinas de una productiva factoría trabajando día y noche, sin descanso, para que al fiel cliente no le falte ese producto tan imprescindible en su vida como el aire que respira. ¡Y a un precio increíble! Tan increíble que a veces es inferior al coste de elaboración del producto, una medida que atenta contra las leyes del libre mercado pero, ¿qué mas da? Si con eso podemos ahorrarnos diez duros de los de antes...

Bueno, ya tenemos los motores trabajando ?a todo gas?, como se decía antes, producimos como locos y obtenemos unos beneficios multimillonarios. Pero, paradojas de la vida, un día los valores del mercado cambian, se produce una recesión económica y la empresa, la multinacional en cuestión, ya tiene la excusa perfecta para echar el cerrojo y si te he visto no me acuerdo.

¿Y de los 500 trabajadores que deja en la calle quién se acuerda?¿A alguien le importa el plato de lentejas y los zapatos de los niños de cientos de familias que dependían de ese sueldo, de esa nómina firmada en última instancia por un señor de apellido impronunciable que vive en las antípodas de la planta productora?

En este planeta globalizado - o al menos en algunos aspectos -, esto es lo habitual. El pan de cada día. Este país cuenta en su memoria con centenares de casos como el que acabo de describir. Y, si no fuese por la crudeza del asunto, sería hasta cómico. Primero los gobiernos nacionales, autonómicos o incluso locales se pelean porque el señor del apellido impronunciable se instale en su territorio y, una vez ha llenado sus bolsillos, inventa cualquier argucia y se va, por la puerta grande, tan tranquilo, mientras esos gobiernos que otrora le facilitaban los trámites para que comenzase a producir cuanto antes miran para otro lado.

La planta de Moulinex de Barbastro no es el primero ni será el último caso.

 
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