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Una muñeca de cartón

Rosa González

Mi madre me cuenta que su primera muñeca se la hizo su hermano con un trozo de cartón y los pelos de una mazorca de maíz, tan proliferas en su pueblo. Como la vida es muy cruel, incluso para los niños, no le duró mucho porque pensó que era una buena idea lavarla en el río y, claro, la pobre, de cartón, ustedes me van a contar... Lo curioso es que cuarenta años después todavía se acuerda de esa primera muñeca.

Yo, a mis veinti pocos, no me acuerdo de la primera muñeca que tuve pero, gracias a las historias que me cuenta mi madre y un poco a mi vaga memoria, recuerdo algunos de los trastos con los que pasaba las horas de juego en mi más tierna infancia que, por cierto, ¡qué lejana se me antoja!

Criada en la abundancia comercial de los años ochenta y noventa, no soy quien para decir eso de ?cualquier tiempo pasado fue mejor? pero, incluso comparándolo con mi época, lo de hoy en día es casi una aberración. Les propongo un ejercicio. Pregunten a sus hijos, sobrinos o aquellos niños de los que se rodea por, ya no su primer juguete, sino simplemente el que le trajeron los Reyes Magos el pasado año. ¿Cuántos sabrán responder?

¿No les parece excesivo que Papá Noel o los Reyes ? o el Olentzero, en el caso de los niños vascos - dejen en el zapato de un niño una decena de paquetes, todos ellos llenos de los más modernos y sofisticados juguetes, juegos, videojuegos y demás entretenimientos? No voy a hacer demagogia navideña hablándoles de que esta época es para estar con la familia compartiendo los mejores deseos de paz y amor, y no para hacer un consumo irracional de ciertos bienes en los que, el resto del año, ni siquiera pensamos porque no están al alcance de nuestros bolsillos.

Y no la voy a hacer porque de eso ya se ocupan otros. Al final, reiteramos hasta la saciedad el mismo discurso pero ¡ay de quien nos quite nuestros langostinos y nuestro ternasco el día de Noche Buena, sustituyéndolo por unas patatas cocidas con mucho amor! Por eso, ya que el consumo irracional en la mesa parece inevitable, al menos intentemos que los más pequeños no se acostumbren a que los benefactores navideños les inunden de regalos a los que, el día 10 de enero, ya ni siquiera prestan atención.

Cuando los niños del nuevo siglo tengan, a su vez, más niños, no sabrán qué contarles sobre los juegos de su infancia ya que ni siquiera recordarán con qué les obsequiaban los Reyes Magos. A mi madre, aunque sea en su memoria, siempre le quedará esa muñeca mojada.

 
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