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Don Javier

Nuria Garcés

Hoy se cumple un año de la muerte de don Javier. No hacen falta, no hacían falta apellidos para saber en Huesca que cuando se hablaba de don Javier, uno se estaba refiriendo al obispo de Huesca. Se le había dado ya la jubilación, a causa de su edad y del cáncer que le aquejaba, había ido a pasar los últimos meses y días de su vida a su Tafalla natal y también a la Clínica Universitaria de Pamplona. Y sin embargo, los oscenses no lo olvidaban. Preguntaban constantemente por él, se interesaban por su salud. Y quedaron conmocionados cuando, en la mañana del 22 de octubre, una sentida nota de la diócesis comunicaba la noticia, tan esperada como triste.

Las muestras de pesar y de dolor se multiplicaron en esas jornadas. Y, a pesar de que don Javier sólo quería un funeral de acción de gracias, y sin flores, éste se convirtió en una expresión del cariño que los oscenses sentían por su obispo, cuyos gestos iban siempre para con sus conciudadanos: quiso ser enterrado con el Alba de los pueblos, porque allí era donde mejor se sentía. Quiso ser enterrado en la capilla de la Virgen del Pueblo, porque con el pueblo, con la gente de a pie, era con quienes mejor estaba.

Todo el mundo destacó en aquel momento, y sigue haciéndolo hoy en día, su talla humana, espiritual e intelectual. Dejó el listón muy alto y todos lo reconocen. El pasado domingo, la Catedral se llenó para recordar a don Javier. Y llamó la atención la gran cantidad de gente joven que acudió a este aniversario.

Cuando en estos días pasados tanto se ha hablado del beato que fue hecho santo, ha habido más de uno, sacerdotes y seglares, que han recordado que, tal vez, fue más ejemplar si cabe la vida y muerte de don Javier. El caso es que, un año después, Huesca sigue sin tener obispo. El hueco, en todos los sentidos, sigue sin poderse llenar.

 
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