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Cartas al Director: Iglesia católica

Javier Palacio

La Iglesia católica se ha servido entre otros mecanismos de la recaudación del cepillo, una especie de caja con ranura en la que el pío creyente introducía su contribución a las arcas de la parroquia. También ha sido costumbre la del monaguillo o cargo similar que pasaba por los bancos con una bolsa de aproximado terciopelo a la que arrojar monedas que producían un tintineo muy musical. Incluso, y de acuerdo con los avances posmodernos, me dicen que se han instalado en las iglesias aparatos capaces de admitir la limosna mediante tarjeta de crédito, circunstancia que dice mucho a favor de la apuesta de la Santa Madre por las innovaciones tecnológicas.

Pero pese a la incansable habilidad eclesiástica para recaudar fondos, parece que con la llegada del euro las limosnas de los fieles se han reducido bastante. Sea por despiste a la hora de convertir pesetas en euros, sea por precariedad de las finanzas domésticas o sea por lo que sea, el caso es que la contribución económica de los habituales de la Iglesia ya no es la que era y de ello se quejan curas y frailes con cierta amargura perpleja.

Es lo que tienen estos cambios contables de una moneda a otra, que descolocan al ciudadano y le transforman la personalidad. Lamento ese descenso en las aportaciones a su parroquia de los católicos practicantes, pero estoy seguro de que doctores tiene la Santa Madre Iglesia que inventarán métodos infalibles para remontar la situación. Los ecónomos, que se han distinguido siempre por su solvencia a la hora de recaudar y administrar los bienes de la Iglesia, conseguirán arreglar esta repentina racanería del pueblo cristiano antes de ponerse a pensar que el euro no es sino una de las artimañas del diablo para mermar la holgura de las cuentas corrientes de la Institución.

 
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