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Visiones laurentinas

Margarita Gabarre

La mañana del16 de agosto es como si Huesca despertara de un profundo sueño.

Cuando uno pasa por el centro de la ciudad es inevitable que los ojos busquen, sin llegar a encontrar, la pañoleta verde al cuello de la gente que anda, las sillas y mesas de los veladores, las señales y vallas que durante una semana han cortado las calles. Los ojos buscan y no encuentran sino a servicios de limpieza y comerciantes barriendo aceras, arrancando los restos de siete días de fiestas.

De pronto, los ojos encuentran a lo lejos lo que tanto han buscado. Sentada en un portal una joven vestida de blanco y verde. Los ojos se acercan con curiosidad para intentar conocer la identidad de la chica. Y al acercarse los ojos perciben que se trata de una mairalesa, o al menos así se adivina por los restos del tocado de flores que todavía le quedan en el pelo.

La joven continúa quieta sentada en el portal, con mirada cansina, dirigida hacia el suelo, y cara de abatimiento y tristeza. Cualquiera pensaría que es por alguna discusión con amigas o con algún noviete. Pero si uno se detiene a pensar cae en la cuenta de que la tristeza en su rostro no puede venir motivada sino por el fin de fiestas. Han sido siete días intensos en los que la joven ha tenido que acudir puntualmente a innumerables citas con la mejor cara posible. Su rostro refleja verdadero cansancio pero aun así todavía se resiste a quitarse la pañoleta y el tocado.

Quizá sea eso lo que nos ocurre a los oscenses la mañana del 16 de agosto. A todos nos cuesta un poco hacernos a la idea de que San Lorenzo ha terminado, por eso mientras unos se resisten a quitarse la pañoleta siempre hay unos ojos que buscan al ?colgado? que todavía continúa vestido de blanco y verde.

 
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