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Cartas al director: A Alberto Gómez Ascaso

César González Cebollada.

Tras leer y releer su escrito publicado en la prensa del 22 de septiembre, en relación al homenaje a Vicente Campo, cuyo conjunto escultórico estaba Ud. realizando hasta la paralización del proyecto, quisiera dirigirle públicamente estas lineas.

La expresión artística, como es sabido, surge de la subjetividad de la mente creadora. Ésta puede sustraerse a la significación de su obra y a la realidad en la que se circunscribe, o bien puede anteponer las consideraciones éticas que de su buen entender emanen para dilucidar si puede existir consonancia entre subjetividad creadora y obra.

Usted eligió la primera opción. Estaba en su derecho. De hecho, es la opción de muchos artistas profesionales, que ponen su talento al servicio del mejor postor, sin más. Pero su circunstancia tiene algo de especial, pues ha querido nadar y salvar la ropa.

Usted no quiso informarse de la vida y milagros de su homenajeado, le bastó con la escasa y parcial información que le suministró su pagador. Usted dijo, en la Facultad de Humanidades, que había investigado y que había descubierto que Vicente Campo y Ramón Acín fueron amigos, cuando era algo que ya se sabía (de hecho, el "bueno" de Acín era amigo de todo el mundo). Usted introdujo matices insignificantes en la obra para autojustificarse, para tratar de negarse a sí mismo que usted estaba haciendo una estatua a un alcalde franquista, mientras usted se autodenominaba anarquista. Usted quiso ser un mercenario especial, aplicándose una débil capa de barniz ético. Usted, cuando empezaron a aparecer diversas informaciones en torno a su homenajeado, optó por el silencio, el silencio pueril, el silencio presuntuoso de quien no se siente en la obligación moral de responder de sus actos, de quien cree que rectificar no es humano. Usted se negó a recibir de primera mano la información disponible. Usted escondió la cabeza debajo del ala cuando la tormenta arreciaba, con el silencio como escudo inexpugnable. Y ahora, cuando su obra resulta suspendida por la acción ciudadana, ahora habla.

Habla, pero sólo con "sus amigos". Habla, pero para decir que sigue sin querer hablar. Habla, pero para eludir los argumentos. Habla, pero para repetir la consigna de que "no hay buenos ni malos" (sí, pero la inevitable subjetividad nos permite calificar los hechos, afortunadamente). Habla, cuando es tarde, para derramar las lágrimas del cocodrilo y desaparecer rápidamente de la escena con los bolsillos llenos.

Cuando el arte es vil mercancía, sólo merece desprecio. Con permiso de Gabriel Celaya:

"Maldigo la escultura concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la escultura de quien no toma partido: partido hasta mancharse."

 
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