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Jornada de reflexión

Cristina Pérez

Y al séptimo día resucitó. El domingo de resurrección es la jornada que suscita más alegría en el colectivo cristiano por todo lo que supone. Termina la pasión de Jesucristo, finaliza su drama vital, su propio desengaño ante la justicia humana y su resignación -?hágase tu voluntad?- ante lo evidente. Entre la noche trágica del jueves al viernes y la del domingo, existe un sábado de reflexión.

Un día, sábado, para ser capaces de pensar en todo lo que ha sucedido, en lo que la historia de esta Semana supone ,si somos capaces de traducirla a este ritmo vital frenético de un siglo que se empeña en no mirar hacia adentro.

La historia, siempre, nos da más de una oportunidad. Un momento para echar marcha atrás, un instante en el que podernos subir al tren, un sábado para reflexionar....y todavía no hemos aprendido a aprovecharla.

En cualquier colectivo religioso siempre hay un día de resurrección, un día de luz después de las tinieblas. Una jornada donde se celebra que ha pasado la tormenta y que sale el sol. Es el brillo de la esperanza del hombre que se empeña en borrarla de su vida.

Confiese usted en la religión que confiese, sea creyente o no, roce el ateismo y hasta se sumerja en él, sabe que, en algunas circunstancias de la vida nos vemos abocados a practicar ese circunloquio, que rodea las palabras para acabar pidiendo ayuda a ese algo que anda en algún lugar y con quien mantenemos monólogos que llegan a cauterizarnos las heridas. Puede ser fe. No sé. Cada uno es muy libre de ponerle nombres a esos instantes en que recuperamos nuestro yo más profundo.

El sábado de reflexión puede ser uno de ellos.

 
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