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El mal tiempo impide a Raquel Alejandre hacer cima en el Mont Blanc

Raquel Alejandre y Maria Angeles Molina alcanzaron el Dôme de Goûter (4304m.), en su intento por coronar la cumbre del Mont Blanc. Esta vez la montaña no se dejó, y las condiciones meteorológicas impidieron la que podría haber sido la primera ascensión de personas invidentes por este itinerario.

Con unas condiciones climatológicas adversas, nuboso y visibilidad escasa, fuertes vientos de 70 km/h a 4000m. y temperatura de -10º C., las cordadas que guiaban a Raquel y a Maria Ángeles se cruzaban con aquellas otras que ya habían desistido de alcanzar la cumbre. Nadie lo lograría en ese día, ni en los sucesivos, aunque esto no constituía motivo de consuelo para dos personas que, con menos de la décima parte de visión que la mayoría, habían ascendido ya más de 2500 m. de desnivel por caminos, neveros, aristas de roca y glaciares.

Hacía sólo unas horas, a las dos de la mañana, que los seis componentes del grupo habían abandonado el Refugio de Goûter, a 3800m. de altitud, donde habían pasado la noche. Junto con Fernando Garrido –guía profesional de alta montaña-, Moisés Gómez –guía de esquí y montaña de la Federación Española de Deportes para Ciegos-, Paco Villar y Miguel Peco – ambos del Grupo Militar de Alta Montaña-, las dos protagonistas de esta aventura comenzaban a caminar por las aristas y glaciares que preceden a la cima del Mont Blanc. No fue hasta el amanecer, con las primeras luces del día, cuando se vio que los riesgos de continuar la progresión entraban en dura competencia con cualquier ansia de superación. La decisión estaba clara… y la montaña seguiría ahí para la próxima ocasión.

Deshacer el camino andado –o trepado, en ocasiones- supuso realmente una toma de conciencia de la dureza de la ascensión. El descenso de la Aiguille de Goûter por un espolón de 500 m. de desnivel en roca y hielo, con la incertidumbre de la solidez de los apoyos a cada paso, ya supone un reto para muchos de los alpinistas que acometen esta vía. Ni que decir tiene para Raquel y Maria Ángeles, que prácticamente habían de fiarse del consejo de sus guías a la hora de colocar cada pié. Y qué vamos a decir del pasaje conocido como “la bolera” –la travesía de un corredor de nieve donde las piedras caen a gran velocidad- donde ellas quedaban completamente a expensas de los sentidos y reflejos de sus compañeros.

Posiblemente, la falta de experiencia con este tipo de discapacidad nos lleve en ocasiones a distinguir entre personas invidentes y personas “normales”. Es una tendencia muy común en nuestra sociedad; admitámoslo. Sin embargo, el caso Raquel y Maria Ángeles, paradójicamente, alimenta esa tendencia. Efectivamente, son invidentes, son discapacitadas visuales, etc… Y, además, en absoluto son normales. Hasta aquí se refuerza el tópico. Lo que ocurre es que, a diferencia de la acepción habitual, en este caso el separarse de la norma no es para caer en la marginalidad, sino para alcanzar la excelencia. Efectivamente; Raquel y Maria Ángeles no son normales. Son, sin duda, extraordinarias.

 
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