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La expedición al Gasherbrum II inicia el regreso

Continúan los trabajos de descenso y regreso a casa de la expedición de Mayencos al Gasherbrum II tras haber alcanzado la cima esta semana. Ahora, todos muy cansados, se encuentran en el Campamento Base recuperando fuerzas y realizando los trámites para adelantar el viaje de vuelta. Esta es la última crónica de la expedición tras la cima.

“LA CIMA DE UN EQUIPO"

Los acontecimientos se han precipitado. Jamás pensé, tras muchos años dedicados en cuerpo y alma a la montaña que lloraría tanto al llegar al Campo Base. No cuesta confesarlo y creo que a todos nos ha pasado lo mismo; hemos vivido momentos amargos y muy duros, en los que hemos caminado en el verdadero filo de la sutil línea que separa la vida a uno u otro lado. No queremos ser trágicos, ni morbosos, pero hemos decidido contar la verdad de lo acontecido en estos días de finales de julio del 2006.

Es la hora de la verdad. Así pensaba comenzar la crónica con la que contaros que nos íbamos de nuevo para arriba tras un breve periodo de descanso. El buen tiempo y sobre todo una mentalización extraordinaria nos lanzan a todos de nuevo a la montaña sin apenas periodo de recuperación y sin tiempo de poder escribir una breve crónica donde reflejar nuestros sentimientos y estado de ánimo:

Es la hora de la verdad, la hora donde es imposible conciliar el sueño, la hora de los interrogantes, de saber cómo nos encontraremos arriba, de si se confirmará la previsión meteorológica, de si todos nos encontraremos bien, de pensar en qué estado estarán las cuerdas que dan acceso al Campo IV, de pensar si hemos sido muy audaces lanzando un ataque a cima desde el Campo III, de recordar mucho, mucho a todos los seres queridos…

Con este cúmulo de sensaciones, que amparan la oscuridad de la noche y la soledad de la tienda de todo ochomilista antes del día del ataque a cima, partimos a las once de la noche del día 24 de julio los cuatro primeros miembros del grupo que vamos a intentarlo. Para no alarmar a las familias, ni siquiera hemos avisado que éste es el día señalado. Conscientes de lo que nos jugamos, hemos comentado que sigue el buen tiempo y que volvemos a los campos de altura, a mejorar nuestra aclimatación, y que a lo mejor si nos encontramos fuertes podríamos intentar la cima…

Día 25 de julio, día de Santiago, día de fiesta. A las 08.00 hora local, sé que lo hemos conseguido, contemplo extasiado a mi lado las cimas del GI, del Broad Peak, del K2. No hay viento, ni una nube en el horizonte, a mis pies todo el Karakorum. Son momentos mágicos, inenarrables, de alegría, de paz interior; son los instantes del objetivo cumplido. Poco a poco la cima va recibiendo más gente. A las 0930 horas estamos todos, uno a uno, cada uno a su ritmo ha ido cumpliendo su sueño. Compartimos estos minutos con los miembros de una expedición polaca y con tranquilidad vamos haciendo las fotos de rigor.

Aunque la hora es magnífica y el tiempo excelente, sabemos que es el momento de iniciar el descenso. Son las 10.00 de la mañana. Rápidamente me lanzo hacia abajo, con cuidado; la pala de acceso a la arista cimera es delicada, es de una inclinación similar a la de nuestro conocido Tubo de la Zapatilla y son muchos los que se han caído en ella fruto del cansancio y de la hipoxia. Desciendo con facilidad; el calor comienza a notarse y me quito el mono de plumas. Continúo bajando y a las 11.30 h estoy en el Campo IV a 7.400 m comenzando a disfrutar lo conseguido.

El sonido del walkie rompe el breve periodo de relajación: Mi comandante, Kiko se ha caído y parece que no se puede mover…La voz de Fernando suena tranquila, pero el mensaje que acaba de lanzar al espacio etéreo recorre como un rayo toda la montaña, del Campo IV al Campo Base. En un instante todo ha cambiado. A 7850 metros, nuestro compañero ha caído 150 m rodando por la pendiente helada, hasta que su caída es detenida al suavizarse la pendiente. Dos de los alpinistas polacos con los que compartíamos la cima se encuentran con Fernando e intentan incorporar al herido, sin embargo, parece que en la caída se ha lesionado las cervicales y sufre mareos que le impiden mantenerse en pié.

Los polacos hablan entre ellos con nuestra radio y ante la imposibilidad de de moverlo deciden bajar y prestarnos parte del equipo que tienen en el Campo IV. Una corriente de solidaridad ascendente sacude la montaña. A 7700 metros sabemos que la única posibilidad de supervivencia pasa por bajar lo antes posible. Sin embargo, el vivac a esa altura va a ser inevitable. Mientras nuestro Oficial de Enlace y Quique buscan en el Campo Base porteadores de altura y alertan el helicóptero de rescate, me vuelvo a lanzar para arriba con una tienda de campaña, un saco de dormir, dos esterillas aislantes y dos cocinas. Me acompaña uno de los polacos, que es médico pero al que el esfuerzo del ataque a cima le pasa factura. Se da la vuelta a 7500 metros.

Cuando llego al lugar del accidente, comprobamos que no sólo parece que exista una lesión de cervicales, sino también, un esguince de tobillo. La mirada que nos lanzamos los tres lo dice todo, no hace falta más, las experiencias compartidas en otros ochomiles nos hace ser plenamente conscientes de la situación y sabemos que el día que ahora muere tenemos que aprovecharlo para recuperarnos los máximo posible, porque el día que se avecina va a ser, sencillamente, vital; o todo o nada.

A la mañana siguiente, tras una noche de insomnio y frío, comenzamos los tres el descenso. Tras unos iniciales vacilantes pasos en los que aseguramos a Kiko con cuerdas, vamos ganando unos metros a la vida, en los que él dando muestras de gran resolución, comienza a moverse por sí mismo.

Juan Manuel y Jesús han subido al Campo IV, Jorge y Julio al Campo III, Javichu ha permanecido en el Campo III aunque el cuerpo le pida bajar tras el ataque a cima. Todo un equipo se ha movilizado por encima de los 7000 metros exprimiéndose al máximo, rompiendo techos personales y obviando la aclimatación de cada uno. En este instante el afán personal por conseguir la cima ha quedado relegado a un segundo plano. El desgaste al que nos vamos a someter va a ser tremendo. Mientras, el grupo de porteadores de rescate ha salido del Campo Base con el colchón de vacío, el collarín, medicinas…, en el mejor de los casos tardarán dos días en llegar al Campo III.

A 7500 metros nos encontramos con Juan Manuel que sube con un botiquín de urgencia. Inyectamos a Kiko un par de medicamentos y continuamos bajando. La llegada al Campo IV supone una primera puerta a la esperanza. El alcanzar el Campo III, el resto de compañeros y a nuestro médico, un verdadero alivio que nos da fuerzas para seguir bajando y pernoctar en el Campo II.

Pero es la llegada al Campo Base al día siguiente la que haga explotar toda la tensión vivida. Al salir a la morrena del glaciar, todas las expediciones de españoles que se encuentran aquí se nos van acercando en una muestra de solidaridad y manifestando su preocupación. Apenas oigo sus comentarios envuelto en una nube de irrealidad pero, la voz del jefe de la expedición vasca surge entre todas ellas y oigo que le dice a Kiko: Da las gracias a tus compañeros, tienes el mejor equipo posible. Son los mejores recuerdo que en ese momento, estallé.”

 
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