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Ración y media de caracoles

Lorenzo Río

El modus operandi es rápido, sencillo, casi prehistórico, pero efectivo. Una persona llama al timbre de nuestra puerta, abrimos y nos aparace el que puede ser el repartidor de una tienda de comestibles, de ultramarinos o semejante. Miramos a su mano y en ella porta una bolsa llena de caracoles de varios kilos de peso. Nos dice que se trata de un encargo que han hecho en la casa y aunque nosotros tratamos de explicarle que debe de tratarse de un error ya que es extraño que alguien de la casa haya podido encargado eso, él se empeña en repetirnos que sí y que el pedido corresponde con el portal, piso y letra en el que nosotros vivimos. Se muestra tan insistente que resulta imposible decir que no y finalmente nos vemos obligados a pagar por la bolsa de caracoles que, por cierto, "se venden" a un precio bastante más alto de lo normal.

Así de fácil, rápido y sencillo, y así de ingenuo es el ser humano -yo el primero, si me viese en esa situación- que a pesar de encontrarnos en pleno siglo XXI, y de estar instalados en la generación del teléfono móvil con bluetooth, el portátil de decimoséptima generación con conexión wi-fi y el mp4 de gran capacidad, a pesar de todo ello, somos capaces de caer en los timos más sencillos que podamos imaginar. Por eso, no les extrañe si se convierte en competencia de la nueva Policía Autonómica -que tanto se habla ahora de ella- esto del timo de la estampita o de las puntillas hechas a mano. Y, a pesar de que ya pensamos en euros, no olviden esa frase que dice "nadie da duros a cuatro pesetas", qué razón tiene...

 
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