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Pregón de Semana Santa, Juan Antonio Foncillas Cequier

El pórtico de la Semana Santa, manifestación religiosa que une a los cristianos oscenses, se inicia con este pregón.

Si el encargo de pregonar la Semana Santa de nuestra tierra es para mi motivo de orgullo, lo es también de inquietud; y no sólo por la certeza de que no alcanzaré la altura de mis predecesores, si no, sobre todo, porque la palabra es instrumento demasiado torpe y limitado para referirse a la Pasión de Jesucristo. La palabra busca siempre ser trasunto de la razón, y no hay mayor sinrazón que el sufrimiento y la muerte de aquel que es fuente de gozo y de vida.

Quiero agradecer, a la Archicofradía de la Santísima Vera Cruz, el alto honor que me depara y pedir disculpas por pretender un empeño desmesurado, por intentar hablar de lo inefable y describir lo indescriptible. Por eso querría este pregonero que sus palabras sonasen a plegaria de amor, porque sólo el amor incontrolado de Jesús puede explicar esta locura suya de entregar su carne al sacrificio. Las deudas de amor con amor se pagan, aunque el pobre amor de los humanos siempre quedará descompensado ante la desbordada infinitud del amor divino.

Me siento feliz de estar aquí, en un entorno barroco, templo de la orden de predicadores y fundado por el Infante Alfonso, hijo del Rey Jaime I de Aragón y de Leonor de Castilla. Este templo, acoge la historia desde mediados del siglo XVI del escenario religioso más trágico, y a la vez feliz, de la historia de la humanidad: la pasión y muerte de Cristo.

La responsabilidad de ser pregonero en unos momentos de convulsión económica y de un pragmatismo laicista, merece dosis de ilusión y esperanza cara al futuro.

Un pregón es algo muy hermoso. A principios de la década de los años cincuenta, en la ciudad se vivía la posguerra española y el fin de la contienda mundial. El ambiente no era muy optimista. Reinaba la normalidad familiar, social e institucional en los entornos económicos y sociales. No se producían altibajos y todo se hacia con buena voluntad.

I

Mi primer contacto con la Semana de Pasión tuvo lugar en el Colegio de San Viator de la calle de Villahermosa. El Domingo de Ramos, en fila de a dos, los escolares con palmas de ramos o de olivos participábamos en la misa solemne de la catedral, oficiada por el obispo Don Lino Rodrigo Ruesca, para salir después a la Plaza de la Catedral en procesión.

La Semana se iniciaba el miércoles con el Via Crucis a Salas, partiendo de la iglesia de San Pedro. Eran tardes frías con participación de muchas mujeres, niños, cánticos y cuatro encapuchados llevando a hombros el Nazareno. Era una fiesta para los chiquillos que de paso arrancaban brotes de regaliz de palo en las márgenes del río Isuela; y para los mayores el deseo de larga paz.

En las últimas horas de la tarde del miércoles, los templos aparecían cubiertos de grandes lonas moradas. La Iglesia de La Compañía, que eran nuestros vecinos, no era excepción. El Corazón de Jesús había desaparecido y los oficios de tinieblas daban paso al Monumento, bien iluminado y artísticamente perfecto.

Con mis padres, entrada la noche, la visita a los monumentos. Los ciudadanos con sus mejores galas recorrían parroquias, residencias, conventos, mientras carraclas y luminosos hachones, competían en ruido y luminosidad en torno a la forma. Nada de campanas, la liturgia lo prohibía.

El Miércoles Santo era un día especial. Por la noche, pasadas las once, se iniciaba el encuentro entre el Nazareno y la Virgen en la Plaza de San Pedro. Procesionaba la Cofradia de Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Hermandad de Excombatientes y Excautivos, con salida y entrada en la parroquial de santo domingo. Mi padre era costalero y años más tarde fue prior.

La Semana Santa oscense tiene colores y olores, sonidos y sabores que nos llenan los sentidos un año tras otro, haciéndonos volver a otras Semanas Santas cada vez más lejanas. Habrán cambiado las callejuelas recoletas y se habrán convertido en amplias avenidas. Las antiguas casas coronadas por el palomar, con balcones y miradores poblados de macetas, serán ahora edificios altivos y desmedidos. Los oscenses de hoy ya no la vivirán como antes, e incluso han nacido nuevas procesiones y se han renovado las antiguas. Sin embargo, cuando el reguero de penitentes se desparrame por la ciudad, miles de ojos se nublarán de emoción al contemplar la pasión de Jesucristo. Miradas infantiles donde empieza a picar el sueño, brillantes pupilas juveniles que apuntan a lo alto y se encuentran con Jesús clavado en el madero, ojos maduros y cansados que van mirando hacia la tierra que les espera cada día más cercana. En todas estas miradas habrá un toque de tristeza antigua, la misma que empeñaba la de los oscenses de hace años y de hace siglos.

Cada procesión es para el oscense la ocasión de volver hacia atrás en el tiempo y reencontrarse en la evocación con amigos y familiares que ya no están con nosotros, pero que un día nos llevaron de la mano, nos sentaron en sus rodillas o nos acompañaron a ver el desfile. La muerte de Cristo, huele a flores que adornan los pasos, huele a incienso y huele a brisa húmeda que inquieta el ánimo, por si la lluvia descarga y desluce el cortejo.

La Semana Santa de Huesca, a orillas de un aprendiz de río como el Isuela, con escasos campos de trigo y ya nada de huerta; más población y una rica variedad de culturas: morenos, musulmanes, rumanos, ecuatorianos. Es un jardín distinto que día a día cuida nuestra iglesia con mimo y empeño: Manos Unidas, Caritas, Proyecto Hombre, Cruz Blanca, Conferencias de San Vicente de Paúl y un largo etcétera. Al otro lado, las instituciones ven pasar sus compromisos sociales con calma…

Ha cambiado la sociedad y también la Semana de Pasión. Las gentes buscan una salida vacacional, dentro y fuera de nuestras fronteras, lo que es legítimo frente a la vorágine social que nos rodea.

Con nuestro Obispo Don Jesús recorrimos Tierra Santa, y hoy recordamos el misterio de Jesús en los campos, el desierto, el Mar de Judea, el río Jordán, Jerusalén. La Puerta de los Leones o de San Esteban, construida por el sultán Suleiman el Magnífico, aquella por la que entró Cristo el Domingo de Ramos, fue el hecho más singular junto a la iglesia de Santa Ana en nuestra visita a Jerusalén. Gentes de aquí con ojos llorosos y semblantes pálidos son el recuerdo de aquella peregrinación.

En un ambiente de dolor y alegría bien valen los versos del escritor, periodista y sacerdote, José Luis Martín Descalzo:

“Tú, Cristo ¿Qué baraja pusiste en el tablero? Como un titán en medio de la plaza, ojo de Dios mirándote, millones de ojos mirándote, perdías la partida ganándola y muriendo. No en la cruz, si no en la cruz enorme de los hombres y Dios subes, subimos. Ya sabemos: hay que apostar por ti,

Mientras la noche avance. Hay que unir los dolores de Dios y el hombre para hacer tu carne, aportar a tus venas nuestro llanto. ¿Vendrá la paz? ¿Volverá el gozo? ¿Cuándo camino de la luz? No sé. Camino camino de la cruz. Y voy cantando, insultando, sangrando, sollozando. Voy cantando”.

II

Cristo va a desfilar por nuestras calles para contarnos, un año más, su agonía y triunfo. Lo veremos sufriendo como cordero atacado por fieras. Lo veremos colgado de la cruz y perdonando a sus enemigos. Y nos dirá que tiene sed. Mucho sabemos los altoaragonéses de tierras cuarteadas por la sed y de secarrales que sólo crían espinas por falta de agua. Pero también hemos de saber que los labios resecos del redentor no estén sedientos de agua, si no de amor, que es el abandono y el desprecio de los hombres el que ha llenado de arena su garganta, el que ha dejado su lengua áspera como el esparto.

Demos a Cristo agua fresca de nuestro amor para calmar su boca ardiente. Abrámosle nuestro pecho y acompañémosle en la soledad de su pasión y muerte para que en la gloriosa mañana del Domingo nos sintamos resucitados con Él.

Caída la tarde, la Procesión del Viernes Santo. Con los amigos, de un lado a otro del recorrido, se vivía la Pasión en sus imágenes, gentes, largas colas de seminaristas y de soldados.

Venían gentes de los pueblos. Las sibilas eran hermanas de nuestros amigos y las veíamos con admiración y qué decir de las manolas, madres de amigos y conocidos. Los hombres portaban sobre los hombros dos o más pasos y los veíamos como seres superiores. Era la edad. Por el Casco Antiguo, dentro de sus enterradas murallas, discurría la procesión.

A la luz de las velas y antorchas, bajo las sombras de la noche, procesionan numerosas cofradías y pasos.

Felipe Coscolla, hijo de Graus que emigró a Barcelona y de allí a Chile, nos ofrece cuatro obras magnificas. El prendimiento, la Verónica, la Enclavación y el Descendimiento. Rostros grandes y de extraordinario vigor. A todos emociona su obra por la vitalidad; y esto sucedió en los comienzos del siglo XX.

Poncio Pilatos, castigó a Cristo con la flagelación y Cristo fue oprimido y humillado. El Cristo de la Columna, obra anónima del siglo XVIII, procede del Santuario de Nuestra Señora de Salas. Presenta una ligera inclinación y dobla su rodilla derecha ante el sufrimiento por la injusta sentencia del centurión romano.

El año 1950, la Cofradia de Nuestro Padre Jesús Nazareno encargó al escultor Fructuoso Orduna un Cristo nuevo en sustitución de la vieja imagen que ahora procesiona en Bolea. El Nazareno camina con pesada cruz en una estampa dramática, y entre bandazos va en cortejo de jóvenes de espaldas recias y fuerte corazón.

No puedo ser imparcial, ya que durante veinte años o más también procesioné como cofrade y costalero del Nazareno. Mi hijo me sustituyó y debo decir que cumple a la perfección el compromiso que adquirió su abuelo y más tarde su padre.

El Cristo del Perdón va por el camino de la agonía, ofreciendo a todos paz y justicia. Silencio por las estrechas calles, mientras una oración sale de cientos de bocas. Magnífica talla del fraile dominico Pedro Nolivos de 1695 y que durante años, entre meditaciones, descansaba en el coro de la Parroquia de Santo Domingo.

Cristo Yacente, emoción y llanto. Dicen los escritos que “su rostro no está descompuesto, los rizos del cabello, caídos levemente; la barba, recortada; la boca, semiabierta; los párpados; apenas cerrados; los pómulos; resaltados; y la tez con un tono mate que armoniza toda la composición. Una de las partes maestras de la escultura es el tórax, de blando modelado, guardando un palpitante equilibrio en todas sus partes anatómicas”.

Huesca se ha convertido en Jerusalén. Cristo muerto está relajado, sin voz. Nos espera, dice el profeta.

El poeta López Anglada, escribió:

“Era la sepultura la peña viva. El cuerpo, despojo del calvario, descansaba en su centro gravitaba la piedra sobre el suelo rocoso como un peso de mundos que cerrase la entrada”.

La Dolorosa. María es soledad, sufrimiento por la muerte del hijo amado. Se sacrificó por los hombres y sufrió la muerte. Marieta Pérez, fue alumna y maestra de la cofradía. Lo fue todo en vida y ella, que era siempre sonrisa, se merece este detalle del amigo.

Por las estrechas calles siguen pasando los romanos, el coro de sibilas y de hebreas. Pasos que son historia, recuerdo de una Pasión que sucedió hace dos mil años. Cientos de cofrades, hombres, mujeres y los ministriles, tocan clarinetes y tambor al son de música fúnebre. Ésta a grandes retazos, es parte de la historia religiosa de Huesca. Nada tiene que ver nuestra Semana Santa con las procesiones de Castilla, Andalucía o Levante. En aquellas se aglutina el arte de una imaginería millonaria junto a la pasión desbordada de la saeta o la flor.

La Semana Santa de esta tierra nuestra rompe con bombos, tambores y trompetas. Anuncian la muerte y la resurrección de Cristo, mientras las campanas parroquiales dan el paso de los cofrades. En la calle, cientos de personas de aquí y del entorno asisten a la fraternidad del hombre que venció a la muerte para salvar a la humanidad.

En una España que pone en duda la tradición de su fe, Huesca sale en masa a ver sus cofradías, emocionándose. Quisiera deciros que esta Semana de Pasión procesionará, por primera vez, la cofradía y el paso del Cristo de los Gitanos, con sus saetas, flores y alegría. El pueblo llano les desea felicidad y suerte.

III

La noche se hace silencio, recogimiento, Jesús ha muerto. Cenó con los suyos, oró en el huerto de los Olivos. Maniatado, desnudo, coronado de espinas. La Flagelación. Las mujeres de Jerusalén, las Tres Caídas. Jesús Crucificado.

Túnicas, faroles, velas, música, incienso. La Semana de Pasión con sus rostros anónimos se va lentamente. Cada uno con su vida y su pasión, con su grandeza y sus miserias, sus luces y sombras. Llega el Domingo de Resurrección.

Han caído las telas moradas que cubrían los altares, y las matracas guardan silencio. La luz inunda los templos, se ha bendecido el fuego del Cirio Pascual y el templo es una fiesta. Cristo ha resucitado.

El final no es la muerte. El final es Dios, su voluntad eterna de salvación, por eso Dios resucitó a su Hijo. Por eso en la noche santa y gloriosa, la noche de Pascua, el pueblo oscense, en los templos tiene que hacer resonar las palabras de la vida: ¡Aleluya!

IV

Este pregón estaría vacío de contenido si omitiera un hecho singular. Se cumple este año el mil setecientos cincuenta aniversario del nacimiento de San Lorenzo. Estamos celebrando el Año Jubilar Laurentino.

Nuestro hermano Lorenzo, joven de gran corazón, oprimido y humillado bajo el imperio de Valeriano, murió abrasado en una parrilla. A quienes creen que nos encontramos en el pasado, también hoy, recobra actualidad el darse a los más necesitados. San Lorenzo, tan querido en la ciudad, encuentra en la sociedad de nuestros días una variada amalgama de hechos culturales, religiosos, sociales. Es de aquí y aglutina el fervor de grandes y chicos.

Benedicto XVI, a finales del año 2008, pronunciaba unas palabras en la Basílica romana de San Lorenzo. Su solicitud por los pobres, el generoso servicio hecho a la iglesia en el sector de la asistencia y de la caridad, la fidelidad al Papa, hacen de nuestro hermano Lorenzo la prueba suprema del martirio, hecho conocido universalmente. San León Magno, comenta así el atroz martirio de este ilustre héroe: “las llamas no pudieron vencer la caridad de Cristo y el fuego que le quemaba por fuera era más débil que el que le ardía dentro”.

En momentos difíciles para la de las buenas gentes, no pasa de moda el modo valiente y comprometido del hombre hacia Dios. Lorenzo es el ejemplo a seguir, el testigo heroico de un Cristo crucificado y resucitado.

Los oscenses deben implicarse en el sacrificio de darse a los que sufren, en estos momentos de ruptura social grave y larga en el tiempo. Es de justicia dar al que no tiene y sufrir sus penas, pues de lo contrario, nada tiene valor en el contexto de la vida en la que todos los días jugamos, cada cual, su compromiso social.

Es difícil el sacrificio pero la esperanza es patrimonio de los hombres y de las mujeres de buena voluntad. Al pregonero que os habla, le hubiese sido más fácil cantar aleluyas, pero el compromiso obliga a decir la verdad del momento que a todos nos toca vivir.

Como colofón, unos versos de Julio Mariscal Montes:

Cristo abierto en la enorme madrugada. Descoyuntado Cristo en agonía. Dejadlo sin estrellas en la fría clausura del mantel y de la arcada. Cristo con la lona azul de encrucijada sosteniendo a la muerte todavía. Transido Cristo en la monotonía de la rosa, el balcón y la pisada.

Cristo andariego alzado en los senderos de aire medroso y muchedumbre en vela; oh Cristo ya ofrecido, desolado. Dejadlo reposar, sin derroteros, junto al claro vitral que el alba cela: Cristo de soledades traspasado.

 
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