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Un servidor público

Plácido Diez

Ya han pasado ocho años del asesinato de Manuel Giménez Abad. Fue un domingo de comuniones y de fútbol -el Zaragoza se despeñaba hacia la Segunda División y el Huesca ni soñaba entonces con subir a la categoría de plata-, un domingo que nos dejó para siempre el escalofrío de la violencia contra un servidor público, dialogante, tolerante, y comprometido hasta la médula con el interés general.

Manuel Giménez Abad era de fiar y era un bálsamo para los que creemos en la política grande, en la de los acuerdos de interés general por encima de las visiones partidarias y de la obsesión por desgastar al rival, por cocerlo a fuego lento. Le mataron porque, desde hacía tres meses, era presidente del PP de Aragón y porque era un objetivo fácil en la víspera de unas elecciones en el País Vasco. Iba sin escolta porque creía tan ciegamente en la libertad que no entraba en su cabeza que quisieran atentar contra él que, a diario, se desplazaba a pie por la ciudad. Y tenía un enorme pudor por utilizar bien el dinero público.

Hoy se hubiera alegrado de que, por primera vez en la historia, haya un lendakari no nacionalista en el País Vasco. Como se alegraría de que las aficiones del Real Zaragoza y de  la Sociedad Deportiva Huesca conviertan el partido del domingo en un encuentro de concordia, de juego limpio y de sana rivalidad.

Su familia fue la que más perdió pero los aragoneses también perdimos un político de los que te reconcilian con la vida pública. Hoy es un buen día para recordarle y homenajearle. 

 
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