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El 7 de noviembre en la agenda de todos los aragoneses

Marta Allué

200 personas se concentraban este pasado sábado en la Plaza de Villanueva de Sijena, una pequeña localidad monegrina que posee una de las más impresionantes joyas del Románico aragonés, el Real Monasterio de Sijena, que en 1923 fue declarado Monumento Nacional en su conjunto, bienes muebles e inmuebles.

A pesar de ello el Real Monasterio, que también es Panteón Real, ha sufrido innumerables expolios, robos, ventas ilegales, etc, de las más de 130 piezas de su patrimonio artístico y religioso, que sumadas a las de Berbegal y Peralta de Alcofea, pertenecientes a la Diócesis de Huesca, y las 112 de las parroquias de la Diócesis de Barbastro- Monzón, suman más de 250, que un día salieron de Aragón para nunca volver.

Como ciudadana, creo que nuestras obligaciones no se limitan a depositar el voto en una urna cada cuatro años, sino que nuestra participación en la sociedad debería ser mucho más activa y comprometida. Estos días comentaban los alcaldes afectados, la pasividad ciudadana, a la que en líneas generales, cuesta movilizar. Cada vez más nos cuesta salir a la calle a defender lo que es nuestro, seguramente pensando que éste tipo de reivindicaciones son estériles, pero es incomprensible que no sepamos capaces de exigir a los políticos que nos representan, que luchen por nuestros intereses, y que defiendan desde el primero hasta el último bien de nuestro patrimonio.

Sí nos atenemos a los números, evidentemente 200 aragoneses, en una concentración que persigue reclamar unos bienes que, por Derecho, son nuestros, no es la respuesta que cabía esperar. Sin embargo esta movilización fue histórica, y ha supuesto un antes y un después, en la lucha común por los bienes de todo Aragón. La pena es que este frente común no lo haya planteado el Gobierno de Aragón, más bien al contrario, ni uno sólo de sus responsables la respaldó con su presencia institucional (alguno acudió a título personal)

Una Comunidad, en la que sus ciudadanos, históricamente han estado divididos, cuando no enfrentados, (ahí está Ramiro el Monje y la Campana de Huesca), no invita al optimismo a la hora de pedir unidad, aunar esfuerzos y conciencias y decir en voz alta que este asunto requiere de la implicación de toda la sociedad aragonesa, porque el patrimonio es de todos los aragoneses, por encima de ideologías y tendencias.

No se trata de exacerbar ánimos, ni contribuir a un enfrentamiento, que no es entre ciudadanos, sino entre administraciones políticas y religiosas de dos Comunidades Autónomas, pero ya es hora de que nos quitemos de encima ese complejo de inferioridad ante la vecina Cataluña, donde cualquier “ataque a su identidad nacional” saca a sus ciudadanos a la calle masivamente.

Evidentemente la respuesta de los aragoneses debería ser unánime y mayoritaria y me gustaría ver como la enorme Plaza del Pilar se queda pequeña para albergar una nueva movilización justa, necesaria y de derecho. Y ante la aparente pasividad y dejadez de nuestros representantes políticos, la ciudadanía debería ser un clamor ante una injusticia que ya se prolonga demasiado en el tiempo.

El 7 de noviembre, los aragoneses estamos llamados a concentrarnos en la Plaza del Pilar de Zaragoza para el retorno de unos bienes que nunca debieron salir de aquí, y de paso instar al Gobierno de Aragón a que se tome como un asunto prioritario que Cataluña reintegre todas las obras de arte, a la Generalitat, pedirle que no torpedee el proceso, al Tribunal Constitucional, que avance en un litigio que está durmiendo el sueño de los justos desde hace 12 años, y al Obispo de Lérida que, antes que Obispo es ciudadano, que cumpla la Ley, civil y religiosa, acate las sentencias y devuelva todo el patrimonio emigrado.

 
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