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El parto de las huertas

Cristina Pérez

Una bicicleta, una motoreta o un coche pequeño, casi siempre con muchísimos kilómetros y cierto olor a cebolla en su interior. Una piel bronceada, una boina o una gorra visera y unas manos duras ...y los pies pegados a la tierra, como raices, para que ningún cierzo sea capaz de hacerle tambalear. El hortelano. El emperador que reina sobre un reino de hortalizas, de surcos, de abono, de agua y de sol. Su reino es de este mundo y del cielo y lo que, el cielo, decida arrojar cada mañana.

La feria agroalimentaria de Huesca no deja de ser eso, un homenaje merecido a la huerta.

Las huertas de la provincia van pariendo lo que, cada hortelano, decide sembrar en su útero. ¿los ha visto sembrar?. Es un gesto delicado, que viene de antaño, de lo que se aprende sin saber que se está aprendiendo, porque lo llevan impreso en la piel, en su código genético.

Ellos son mucho más que lo que vemos por las carreteras altoaragonesas, yendo y viniendo al riego, a la siembra, a mirar lo que la pedregada ha dejado tras de si…los hortelanos son nuestros guardianes, los que nos recuerdan que todos venimos de esa tierra que, cada vez más, entendemos menos, porque no sabemos mirarla y por que nos da miedo preguntar, por miedo a no entender la respuesta.

Las huertas mantienen vivos los pueblos, el paisaje, las despensas y la memoria olvidadiza .

Una huerta es un tesoro al que hay que ayudar a mantenerse, a veces entre la raya del asfalto y el último plan de ordenación urbana que se empeña en ir borrando ese límite entre la huerta y el hormigón. Que nadie interrumpa nunca el parto de las huertas. Porque todos, hasta el más urbanita de todos, venimos de esa tierra .

 
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