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Salida del CMM por el Bosque de la Pardina del Señor

El Club Montisonense de Montaña programaba una actividad hasta el Bosque de la Pardina del Señor, siguiendo el GR-15 que les llevaba de Fanlo a Buesa pasando por el citado lugar, uno de los bosques más bonitos de la Península Ibérica.

Organizaron la actividad en octubre para aprovechar así el colorido otoñal y disfrutar todavía más de la caminata. A la cita acudían un numeroso grupo de 27 senderistas, que llenaban casi por completo un autocar de tamaño pequeño, el cual les dejaría a buena hora en el pueblo de Fanlo. Lo primero que hicieron fue desayunar, pues la caminata era larga y convenía ir preparados desde el principio.

En cuanto estuvieron listos, se colgaron las mochilas y bajaron un trecho de la carretera de Sarvisé. Enseguida vieron los carteles indicativos y entraron en el tupido bosque de Fanlo. Al principio estaba compuesto de pinar, pero enseguida cruzaron un barranco con algo de caudal de agua, y entraron en un bosque mixto de pinos y hayedos. Desde este momento, no dejaron de sorprenderse por la constante variedad de especies arbóreas, que se componían de fresnos, hayas, robles, pinos, abetos, tilos e innumerables especies que hacen las delicias de quienes pasean bajo esa densísima masa forestal.

El sendero era muy sinuoso debido a la innumerable cantidad de pequeños barrancos que atravesaron, y que, de algún modo, ofrece constantes caras: unas más soleadas y otras más umbrías. De esta manera, cada rincón es el ideal para una determinada especie, que por cierto, alcanzan un gran porte, como el gigantesco y centenario roble que hallaron al lado del camino y que inevitablemente fue el lugar elegido para hacerse la foto. Era tan grande que sobre él pudieron ver que había crecido un fresno y un acebo.

Continuaron la senda limpia y bien trazada, encontrando en uno de sus recodos unas cuantas edificaciones abandonadas. Aquí paraban para conocer lo que fue en su día la Pardina del Señor; algo así como el equivalente a un cortijo andaluz. Observaron que tenían junto a las casas unos cuantos nogales, una fuente, y diversos edificios anexos. Todo bajo un bosque de gigantescos árboles.

A continuación entraban en un hayedo repleto de colores; fue el momento más dulce, ya que a todos les encanta pisar la hojarasca mientras el cielo estaba “pintado” de colorines. Rojizos, marrones, amarillos y verdes claros son las tonalides más frecuentes. Una fantástica manera de darle la bienvenida a un otoño que parece no querer llegar, pues todo el trayecto anduvieron en manga corta.

El último trecho hasta Buesa atravesaba un par de barrancos en los cuales el agua corre divertidamente, en el último de los cuales había un rincón de gigantescos abetos. Ya solo quedaba andar cómodamente por un interminable robledal hasta alcanzar su destino: el pueblo de Buesa, donde les esperaba el autocar.

En resumen, una cálida jornada en la que disfrutaron y conocieron un ambiente de bosque que no habían visto desde hacía tiempo. Todo ello aderezado de buen ambiente y compañía, que favorecen estas andadas tan bonitas.

 
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