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Gente de Fabricón

Natalia López Ramón

Samianigo

Si, somos gente de fabricón. Somos orgullosas hijas y nietas de gente de fabricón. De realquilados, casas baratas y pozal de carbón. De esa gente que acudió a la estación de Samianigo al calor del progreso, a golpe de migraciones, renuncias y despedidas, en busca de un futuro mejor que el que otros habían preparado para una sociedad que se empeñaron en aniquilar. Entonces esto era el progreso, un hervidero de gente venida de todas partes, con nuevas vidas a estrenar.

Nos hemos criado en una sociedad clasista y paternalista de fabricón, de cope y economato… Eran los tiempos del pañuelo en la boca cuando la cosa se ponía difícil, y de aquella “misteriosa epidemia” que llamaron “de hepatitis de la buena” que afectó a un importante número de niñas y niños, fruto del baby boom de los 70 al que pertenezco. Mientras sonaba la sirena que marcaba la hora de levantarse, de comer y de merendar, veíamos pasar los camiones esparciendo aquel polvo amarillo y jugábamos a tirar piedras en las balsas llenas de aquel chabisque, que era como un blandiblub de colores fosforitos. Aprendimos a distinguir el trabajo de los padres por el el color y el olor de sus monos siempre colgados en los tendederos.

Nos hemos pasado la vida empeñándonos en resaltar las virtudes de Sabiñánigo, con complejo de pueblo feo sin catedral, que siempre huele a piscina. (“es vapor de agua” nos enseñaron a decir). Pero seguíamos progresando y nuestra sociedad se desarrolló, siempre consciente de sus orígenes, puntera en movimientos culturales, en deporte, en música… solidaria y participativa. De pronto, tras los buenos tiempos, llegó la sombra de las enormes crisis industriales de los 80-90 que de hecho convirtió a las grandes -Aluminio y Aragonesas- en pequeñas y cerró La Fosforera. Algunos lo llamaron globalización. Después, Iglesias de aquí y de allá, cual evangelizadores visionarios, quisieron convertirnos al ladrillazo, y al golfismo. Pero esto ya es otra historia.

Estos meses de atrás, el olor del lindano nos ha traído muchos recuerdos, y también nos ha hecho reflexionar sobre lo que pasaba entonces y lo que pasa ahora. Nosotras, ya no somos nuestras abuelas, aquellas que tenían que dejar pasar a las señoras de… en la cola de la carnicería. Nuestros logros, en lo personal y en lo colectivo, son la suma del esfuerzo y generosidad de nuestros mayores y de nuestras propias capacidades; de las que llegaron, de los que salieron, de las que han vuelto, de los que siempre han estado aquí. Por eso no debemos mirar hacia otro lado, no podemos seguir con la

impresión de que si pronunciamos la palabra maldita, lindano, estamos traicionando el “buen nombre de Sabiñánigo”.

“El pasado, pasado está”. Pues no, porque sus consecuencias las seguimos sufriendo ahora. Por nuestra propia salud y por la de quienes están aguas abajo del Gállego, por responsabilidad colectiva y contra la ineficacia de quienes hoy gestionan políticamente este tema con la misma opacidad y prepotencia que hace décadas, como si no hubiéramos progresado. Por eso exigimos rigor e información sobre un proyecto al que se están destinando millones de euros de dinero público porque en su momento no se obligó a sus responsables directos a que se hicieran cargo del desastre. Sólo queremos saber qué está pasando, quien lo controla y que afecciones puede tener en nuestra salud y en la del río.

Pues sí, es esta mentalidad de fabricón, ese sentimiento mezcla de identidad colectiva, conciencia de clase y espíritu de lucha y superación, lo que nos lleva a exigir que se depuren las aguas, la tierra, el aire y las responsabilidades de quienes están tratando el tema ahora, con la misma irresponsabilidad y oscurantismo con la que se hacía en los tiempos de mi abuelo.

 
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