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En el Día Mundial de la Radio

Enrique Satué Oliván

Hoy, día 13 de febrero se celebra “El día Mundial de la Radio” porque fue en un día como hoy, del año 1946, cuando la ONU creó su emisora propia: La Radio de las Naciones Unidas.

Para mí la radio forma parte de la familia. Actualmente la escucho mucho, pero el tiempo en que me marcó fue cuando era niño y vivía en Sabiñánigo.

En el año 1962 mis padres compraron una radio Philips en “Casa Cornelio”, que era el único comercio de electrodomésticos que existía en la población.

Ni que decir tiene que el aparato se compró con mucho sacrificio y que a partir de que fue instalado en un pequeño aparador en la cocina, la vida familiar tomó otro rumbo, pues la radio nos abría nuevos horizontes a través de las escuchas y las conversaciones.

Hoy aún veo la cocina: la estufa de leña con depósito lateral para calentar agua que mi madre introducía en las botas cuando nos íbamos a la cama. Un cajón de pollitos al lado, que no irían al gallinero hasta que no tuvieran más peso. Una mesa, unas sillas, la radio y una antena espiral que colgaba por la pared hasta la ventana. Eso era todo. Pero desde aquel marco tan estrecho me familiaricé con Radio Andorra, con La Pirenaica, Radio Nacional de España y sobre todo, sobre todo, con Radio Jaca.

Recuerdo que mi padre escuchaba todos los días “El parte” y que tenía especial interés por la guerra de Argelia. La razón era que un vecino había huido a Francia y allí los gendarmes le habían dicho que o lo entregaban a Franco o lo mandaban con la Legión Extranjera a África.

Aunque no salía de mi pueblo, la radio me hizo cosmopolita. Aún me veo tras el cristal iluminado por donde corría el dial, leyendo emisoras lejanas y sus kilociclos, por más que no se pudieran escuchar ya que, hasta en el caso de las más cercanas, la onda iba y venía con unos aullidos tecnológicos que a mí me parecían siderales.

Sin embargo, la auténtica magia venía de Radio Jaca porque en ella se ensamblaba la modernidad con aquel mundo rural que yo ya sabía, por experiencia familiar, que agonizaba: “Dedicada a fulanica de casa tal de Basarán, en el día de su cumpleaños, por su tía de Barcelona que tanto la quiere” –se oía en el programa de dedicatorias, y al comienzo comenzaba a sonar una jota navarra–. U otras veces un anuncio decía: “Perdida perra de caza que atiende a “Mora” por la Estiva de Cortillas. Se gratificará”.

De aquella cocina y aquella radio aún me nutro porque aquel tiempo me enseñó a vivir la humildad con ilusión y decoro.

 
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