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Vuelven a juzgar a un francés condenado por un asesinato en Aler (Benabarre) en 2003

Walter Jerome Carvajal mató a Johan Engel en la aldea de Aler (Benabarre) el 5 de abril de 2003. El francés confesó el asesinato, dijo dónde encontrar el cuerpo y las pistolas que había comprado (una de ellas arrojada junto a la escuela de Graus) y fue juzgado y condenado por los hechos. Pero este lunes, 14 años después, se ha vuelto a sentar en el banquillo de la Audiencia Provincial de Huesca ante un jurado compuesto por cinco mujeres y tres hombres para volver a recordar por qué y cómo disparó el arma con silenciador. La información la publica Maria José Villanueva en heraldo.es.

El fiscal pide para él 18 años de prisión por asesinato con alevosía y otros seis por dos delitos de tenencia ilícita de arma (tres por cada pistola) e indemnizaciones para la mujer y la hija de la víctima. Por su parte, la defensa solicita la absolución.

En este intervalo de tiempo, el Tribunal Supremo obligó a repetir la vista oral porque el veredicto no estaba suficientemente fundado y Carvajal, de nacionalidad francesa y de 64 años, aprovechó su puesta en libertad al cumplir el límite máximo de prisión preventiva para fugarse y permanecer nueve años en paradero desconocido. O no tan desconocido, si tenemos en cuenta que envió postales a los magistrados de la Audiencia de Huesca desde su exilio dorado en la isla de Guadalupe, en el Caribe. Recaló también en África y en Francia, hasta que el año pasado fue detenido en Toulose y extraditado.

Este lunes sus respuestas eran atropelladas. Ha declarado visiblemente alterado, e incluso ha tratado de justificar que esas misivas no pretendían burlarse de la justicia. “He matado a alguien y quiero pagar”, ha repetido una y otra vez. Tras la elección del segundo jurado que emitirá un veredicto contra él por los mismos hechos, la vista oral ha comenzado con su interrogatorio y se prevé que se prolongue durante tres días.

Carvajal tenía una oficina financiera e inmobiliaria en Graus, de la que era cliente Johan Engel, de nacionalidad holandesa. Discutieron por una deuda (este le exigía la devolución de una señal de 4.000 euros por la compra de una finca). Lo llevó a la aldea de Aler para pagarle con material de obra de una casa que estaba reformando, según dijo, y allí le disparó. “Me amenazaba un día tras otro. Me dijo que me iba a reventar y se puso la mano en el bolsillo. Ojalá me hubiera matado, no estaría aquí”, ha declarado el acusado. “Perdí la cabeza, le disparé y lo arrastré hasta el coche. Metí el cuerpo en el maletero y lo tiré en un camino”. De la pistola con silenciador salieron dos disparos, uno impactó en la aorta y los pulmones. Viajó con el cuerpo 49 kilómetros, hasta Alfarrás (Lérida), pero enseguida la Guardia Civil, alertada por un amigo de la víctima, lo detuvo y confesó.

El fiscal pide para él 18 años de prisión por asesinato con alevosía y otros seis por dos delitos de tenencia ilícita de arma (tres por cada pistola) e indemnizaciones para la mujer y la hija de la víctima. Por su parte, la defensa solicita la absolución. Alega legítima defensa, trastorno mental, a raíz de un accidente de tráfico en 1982 que le causó daños cerebrales, y también ha sacado a colación dilaciones indebidas el proceso. La letrada Carmen Sánchez ha justificado que el acusado estaba sometido a una fuerte presión porque una banda de nigerianos con los que tuvo trato le reclamaban dinero y amenazaron con matar a su mujer y a su hija, lo que le sometió a una fuerte situación de estrés y por lo que compró en Lérida dos armas de fuego. Es de lo que más dice arrepentirse, de la compra de las armas, ya que de lo contrario, “no estaría aquí”.

Walter Jerome Carvajal también ha excusado su fuga. Cuando el Supremo ordenó repetir el juicio y fue puesto en libertad, su salud era precaria, ha afirmado, y no tenía “papeles ni medicamentos”. “Me fui porque no me podía curar”. Pasó a Francia, donde vivían sus padres; luego viajó a la isla de Guadalupe, en el Caribe, desde donde envió postales a los magistrados. Y más tarde residió en África, adonde llegó utilizando el documento de identidad de su hermano gemelo, con unas tribus. Finalmente recaló en Toulouse, donde fue detenido en un control de carretera. Pese a que no se entregó, ha asegurado: “Volví porque quería volver, en el primer juicio no lo pude decir todo”. Entre las novedades está la trama de los nigerianos, que según él le estafaron y le dieron una paliza.

Le gustan los golpes de efecto. Por eso, el día que se convocó el segundo juicio, en 2007, en la puerta de la sala su abogada recibió una llamada diciendo que estaba fuera del país. “Le quería decir al juez que volvería con pruebas”, ha justificado ante el presidente de la Audiencia de Huesca, Santiago Serena, quien le ha pedido en varias ocasiones que se tranquilizara y le ha llamado la atención por referirse despectivamente a la víctima como “maricón”. En la boca de la víctima se hallaron restos de semen y él se ha apresurado a afirmar: “No era mío”.

 
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